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incendiado la pieza del hotel y ha salido corriendo desnudo por los pasillos. Tanto
él como Dédée han resultado ilesos, pero Johnny está en el hospital bajo vigilancia.
Le he mostrado la noticia a mi mujer para alentarla en su convalecencia, y he ido
en seguida al hospital donde mis credenciales de periodista no me han servido de
nada. Lo más que he alcanzado a saber es que Johnny está deliranndo y que tiene
adentro bastante marihuana como para enloquecer a diez personas. La pobre Dédée
no ha sido capaz de resistir, de convencerlo de que siguiera sin fumar; todas las
mujeres de Johnny acaban siendo sus cómplices, y estoy archiseguro de que la
droga se la ha facilitado la marquesa.
OO En fin, la cuestión es que he ido inmediatamente a casa de Delaunay para
pedirle que me haga escuchar Amorous lo antes posible. Vaya a saber si Amorous
no resulta el testamento del pobre Johnny; y en ese caso, mi deber profesional...
OO Pero no, todavía no. A los cinco días me ha telefoneado Dédée diciéndome que
Johnny está mucho mejor y que quiere verme. He preferido no hacerle reproches,
primero porque supongo que voy a perder el tiempo, y segundo porque la voz de la
pobre Dédée parece salir de una tetera rajada. He prometido ir en seguida, y le he
dicho que tal vez cuando Johnny esté mejor se pueda organizar una gira por las
ciudades del interior. He colgado el tubo cuando Dédée empezaba a llorar.
EL PERSEGUIDOR 18
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OO Johnny está sentado en la cama, en una sala donde hay otros dos enfermos que
por suerte duermen. Antes de que pueda decirle nada me ha atrapado la cabeza con
sus dos manazas, y me ha besado muchas veces en la frente y las mejillas. Está
terriblemente demacrado, aunque me ha dicho que le dan mucho de comer y que
tiene apetito. Por el momento lo que más le preocupa es saber si los muchachos
hablan mal de él, si su crisis ha dañado a alguien, y cosas así. Es casi inútil que le
responda, pues sabe muy bien que los conciertos han sido anulados y que eso
perjudica a Art, a Marcel y al resto; pero me lo pregunta como si creyera que entre
tanto ha ocurrido algo que bueno, algo que componga las cosas. Y a1 mismo
tiempo no me engaña, porque en el fondo de todo eso está su soberana indiferencia;
a Johnny se le importa un bledo que todo se haya ido al diablo, y lo conozco
demasiado como para no darme cuenta.
OO -Qué quieres que te diga, Johnny. Las cosas podrían haber salido mejor, pero
tú tienes el talento de echarlo todo a perder.
OO -Sí, no lo puedo negar -ha dicho cansadamente Johnny-. Y todo por culpa de
las urnas.
OO Me he acordado de las palabras de Art, me he quedado mirándolo.
OO -Campos llenos de urnas, Bruno. Montones de urnas invisibles, enterradas en
un campo inmenso. Yo andaba por ahí y de cuando en cuando tropezaba con algo.
Tú dirás que lo he soñado, eh. Era así, fíjate: de cuando en cuando tropezaba con
una urna, hasta darme cuenta de que todo el campo estaba lleno de urnas, que había
miles y miles, y que dentro de cada urna estaban las cenizas de un muerto.
Entonces me acuerdo que me agaché y me puse a cavar con las uñas hasta que una
de las urnas quedó a la vista. Sí, me acuerdo. Me acuerdo que pensé: "Esta va a
estar vacía porque es la que me toca a mí." Pero no, estaba llena de un polvo gris
como sé muy bien que estaban las otras aunque no las había visto. Entonces...
entonces fue cuando empezamos a grabar Amorous, me parece.
OO Discretamente he echado una ojeada al cuadro de temperatura. Bastante
normal, quién lo diría. Un médico joven se ha asomado a la puerta, saludándome
con una inclinación de cabeza, y ha hecho un gesto de aliento a Johnny, un gesto
casi deportivo, muy de buen muchacho. Pero Johnny no le ha contestado, y cuando
el médico se ha ido sin pasar de la puerta, he visto que Johnny tenia los puños
cerrados.
OO -Eso es lo que no entenderán nunca -me ha dicho-. Son como un mono con
un plumero, como las chicas del conservatorio de Kansas City que creían tocar
Chopin, nada menos. Bruno, en Camarillo me habían puesto en una pieza con otros
tres, y por la mañana entraba un interno lavadito y rosadito que daba gusto. Parecía
hijo del Kleenex y del Tampax, créeme. Una especie de inmenso idiota que se me
sentaba al lado y me daba ánimos, a mí que quería morirme, que ya no pensaba en
Lan ni en nadie. Y lo peor era que el tipo se ofendía porque no le prestaba atención.
Parecía esperar que me sentara en la cama, maravillado de su cara blanca y su pelo
bien peinado y sus uñas cuidadas, y que me mejorara como esos que llegan a
Lourdes y tiran la muleta y salen a los saltos
EL PERSEGUIDOR 19
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OO -Bruno, ese tipo y todos los otros tipos de Camarillo estaban convencidos. ¿De [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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